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La biologia del conocer y la práctica del coaching profesional

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La biología del conocer nos permite entender qué vemos lo que vemos producto de nuestra biología. Esto abre una manera enteramente nueva de comprender el aprendizaje humano y el coaching profesional.

Biologia de conocer es una perspectiva desarrollada por los biólogos chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela. Un aspecto interesante del trabajo de estos biólogos, creadores de la teoría, es que desafían el paradigma cartesiano desde el interior de la práctica científica haciéndose una pregunta fundamental: ¿Cómo podemos entender el fenómeno del conocimiento desde la biología y la relación que tiene la cognición con el fenómeno mismo de la vida?

“El observador es un sistema viviente y el entendimiento del conocimiento como fenómeno biológico debe dar cuenta del observador y su rol en él”.

Humberto Maturana

Buscamos presentar aquí un entendimiento de los seres humanos como observadores, que nos permita relacionarnos de manera más poderosa con las posibilidades, foco central tanto del liderazgo como de la práctica del coaching. Entendiendo dichas posibilidades como mundos interpretativos que nos abran nuevas dimensiones para el diseño de futuro. Exploraremos entonces una nueva forma de entendernos a nosotros mismos como observadores.

La biologia del conocer nos permite descubrir que somos observadores determinados estructuralmente

Si se proyecta la imagen de un disco gris sobre una pantalla y al lado de este se pone el mismo disco gris pero rodeado de un fondo verde, los observadores suelen reportar que el disco gris rodeado de verde tiene una tonalidad más clara y rosácea. Si bien la longitud de onda de la luz reflejada sobre el disco es la misma en ambos casos, la experiencia de las dos imágenes, que los observadores tienen, es distinta. Muchas veces se refieren estas experiencias como “ilusiones ópticas”, esta descripción que evalúa la experiencia como ilusión, nos hace ciegos a un aspecto central del conocimiento como fenómeno biológico: nuestra activa participación en él. Existen muchos otros ejemplos de experimentos perceptuales que muestran que nuestras experiencias de percepción no se correlacionan con propiedades del mundo externo, sino con lo que el mundo externo gatilla en nosotros, dadas nuestras propias posibilidades estructurales.

El color no es una propiedad de las cosas, es inseparable de cómo estamos constituidos para verlo. Para Maturana y Varela los seres vivos comparten una organización que ellos definen como autopoiética. Esta definición se refiere a la característica particular que comparten los seres vivos y que implica que el único producto de su operar es la producción de sí mismos. No hay separación entre productor y producto. El ser y el hacer de una unidad autopoiética son inseparables, y esto constituye su modo específico de organización. Los seres vivos se caracterizan por producirse a sí mismos.

Además de la organización, distinguen la estructura de los seres vivos, entendida como la forma particular que adoptan dichos seres en términos de componentes y relaciones. Entonces distintos seres vivos se diferencian por su estructura, pero son iguales en cuanto a su organización: la autopoiesis.

Veremos cómo el fenómeno de la cognición en los seres vivos cierra una circularidad fundamental que vincula vivir, hacer y conocer. Un concepto central en la biologia del conocer, y que acabamos de mencionar, es que, en relación con nuestro comportamiento, los seres vivos somos sistemas cerrados. Nuestras experiencias son gatilladas por el medio, pero determinadas por nuestra propia estructura. Nuestra percepción y conocimiento no son representaciones de la realidad, son actos que reflejan lo que nos es posible ver, comprender o hacer de acuerdo con nuestra estructura. Existe una circularidad entre nuestras posibilidades estructurales y cómo el mundo se nos aparece.

Todo esto se puede condensar en un aforismo:

“Todo conocer es hacer y todo hacer es conocer”.

Este concepto es muy radical en sus consecuencias. Solemos movernos en el mundo como si nuestro conocimiento de él fuera una representación mental de dicho mundo, como algo dado y fijo que está ahí afuera. No nos cuestionamos esta certeza perceptual. Maturana y Varela nos están diciendo que no vemos el mundo que está ahí afuera tal cual es, sino que, nuestra experiencia del mundo nos involucra de manera personal y enraizada en nuestra estructura biológica.

Por eso se puede decir que:

 “Cada acto de conocer trae un mundo a la mano”.

Por ejemplo, los seres humanos traemos un mundo a la mano en el que no existe la experiencia directa del ultrasonido, solo sabemos de él en forma indirecta. Sin embargo, otros seres, por ejemplo los roedores, sí pueden tener una experiencia directa del ultrasonido. Traen un mundo a la mano en su vivir que incluye esta experiencia. Traer un mundo a la mano diferente, implica traer un espacio de posibles acciones diferente.

La biología del conocer nos permite descubrir que somos observadores que hacemos distinciones en el lenguaje

Matthew Budd, un médico de Harvard, comenta en uno de sus libros una experiencia muy interesante en relación con el carácter de los humanos como observadores.

El autor cuenta que estaba colaborando en un programa de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para erradicar la viruela en Africa mediante una vacunación masiva, como jefe de un equipo a cargo de trabajos preliminares en Togo. Estaban avanzando hacia aldeas muy apartadas que solían tener muy poco contacto con el mundo exterior y habían aprendido que una forma efectiva de lograr la vacunación en una aldea era que la primera parada de la visita sea con el jefe de la tribu, que solía ser un el líder administrativo y religioso. Para lograr el visto bueno del jefe respecto de la vacunación le llevaban un regalo que consistía en sacarle una foto con una Polaroid y obsequiársela. Esta táctica funcionó perfectamente durante meses ya que los jefes quedaban encantados con su retrato.

Pero llegó un día en el que pasó algo distinto cuando llegaron a una aldea muy alejada de todo contacto con el mundo exterior. Cuando le entregaron la foto al jefe de una tribu, este la miró y no pareció tener ninguna reacción. Pensaron que no le había gustado la foto por lo que probaron varias veces desde distintos ángulos. Al pedirle una explicación al interprete (Saliou), este respondió: “No creo que sepa lo que es! No ve la foto de sí mismo.”

Así cuenta Budd lo que pasó después:

“…Tras una breve e incómoda pausa. Saliou se levantó de su silla y llevó al jefe a la orilla de un río que estaba a unos treinta metros de distancia. Allí Saliou le pidió al jefe que se inclinara y mirara su reflejo en el agua. Luego sostuvo una foto entre el jefe y el reflejo. El jefe parecía irritado y confuso. ‘¿Qué le pasa a esta gente?’, decía su lenguaje corporal. ‘Primero me colocan pedazos de papel delante de las narices y luego me hacen inclinarme sobre mi río. Estos norteamericanos son muy extraños”.

Saliou insistió. De repente el jefe profirió un sonoro ‘¡Aaahh!’ y se echó a reír durante lo que nos pareció una eternidad. ¡Al parecer el jefe se había dado cuenta por fin de que su reflejo en el agua estaba presente en el papel! Para él era como magia: ‘¿Cómo ha llegado al papel?’, dijo con mezcla de excitación y asombro. Luego insistió en que hiciéramos más fotos de él y de su familia antes de empezar con nuestro trabajo”.

El Jefe de Togo solo podía distinguir un papel con colores, los retratos coloreados bi-dimensionales sobre pedazos de papel no formaban parte de su tradición, no podía distinguirlos. Las retratos fotográficos no formaban parte del mundo que el jefe traía a la mano en su vivir. Era literalmente ciego a la foto de sí mismo.

A esto lo llamamos ceguera cognitiva:

“No vemos lo que no vemos”.

Para la perspectiva de la biología del conocer, nuestro “traer un mundo a la mano” involucra no sólo nuestras experiencias a nivel físico sino también a nivel del lenguaje. Somos observadores que hacemos descripciones. Es en el lenguaje donde podemos señalar ciertos entes separándolos respecto de un fondo y esto constituye un acto cognoscitivo básico, el acto de distinción. Podemos decir, entonces, qué vemos con nuestros ojos y también vemos con nuestras distinciones.

Nuestros actos cognitivos están determinados por nuestra estructura y esto involucra nuestra percepción y nuestras capacidades de distinción en el lenguaje. Toda descripción trae un mundo a la mano y es un hacer de alguien particular en un momento particular, que expresa sus capacidades de distinción en el lenguaje en un dado dominio de observación. Esta idea es expresada por otro aforismo de dichos autores que sintetiza lo expresado:

“Todo lo dicho es dicho por alguien”.

Si un automovilista, por ejemplo, sufre un desperfecto en su automóvil y no conoce nada de mecánica, cuando abra el capot del auto su capacidad de distinción ser. muy limitada. Quizás será capaz de distinguir plástico y metal, o bloques y cañitos. En cambio el mecánico al que eventualmente consulte podrá distinguir un problema en el electro-ventilador y eventualmente se lo señalará al explicarle que debe reemplazarlo por uno nuevo. Los mundos a la mano para el automovilista y para el mecánico son bien diferentes, y en consecuencia sus posibilidades de acción también lo son.

Conocer es, entonces, una acción que permite que un ser vivo continúe su existencia en un ámbito determinado al traer allí un mundo a la mano, dado que define un espacio de posibles acciones para sostener la autopoiesis de ese ser vivo. Decimos por eso, que el conocimiento es capacidad de acción efectiva.

La biología del conocer nos permite descubrir que somos observadores históricos

En una aldea bengalí, al norte de la India, dos niñas fueron encontradas y sacadas de la selva donde vivían, en el seno de una familia de lobos que las había criado fuera de todo contacto con el mundo humano. Este es un caso que ha sido muy bien documentado. Corría el año 1920, las niñas tenían uno y medio y ocho años cuando fueron expuestas a la vida en una familia de misioneros.

La menor de ellas falleció muy rápidamente luego de ser encontrada, mientras la mayor sobrevivió por unos diez años junto a otros niños huérfanos con los que se la crió. Cuando fueron encontradas, las niñas no sabían caminar en dos piernas, se movían rápidamente en cuatro patas, no sabían hablar y sus rostros eran inexpresivos. Las niñas eran sanas al ser encontradas pero su separación de la familia loba produjo en ellas una profunda depresión que causó la muerte a la menor. La niña que sobrevivió logró algunos cambios en hábitos alimenticios y aprendió a caminar erguida aunque recurría a caminar en cuatro patas cuando estaba movida por la urgencia. Quienes la conocieron con alguna intimidad nunca las sintieron verdaderamente humana.

Veamos cómo describen este caso Maturana y Varela en el contexto de su teoría:

“Este caso -y no es el único- nos muestra que aunque en su constitución genética y en su anatomía y fisiología eran humanas, estas niñas nunca llegaron a acoplarse al contexto humano. Las conductas que el misionero y su familiar querían cambiar porque consideraban aberrantes en un contexto humano eran enteramente naturales a su crianza lobuna. En verdad Mowgli, el niño de la selva que imaginó Kipling, nunca habría podido existir en carne y hueso, porque Mowgli sabía hablar y se condujo como hombre en cuanto conoció el medio humano. Los seres de carne y hueso no somos ajenos al mundo en que existimos y que traemos a la mano con nuestro existir cotidiano”.

Este ejemplo muestra claramente que nuestra estructura en un dado momento de nuestra vida es producto por un lado de una herencia genética, ciertas características fundacionales con las que nacemos, y por otro lado, por una deriva histórica en la que nuestra estructura se transforma de manera continua y congruente con los cambios del medio que incluyen a otros seres. La vida se sostiene entonces mientras se sostiene la autopoiesis, y esta se sostendrá si la estructura del ser vivo es congruente con el medio (o sea si existe lo que estos autores llaman acoplamiento estructural).

La base de todo aprendizaje es este cambio estructural congruente con el medio y posibilitado por la plasticidad de nuestro sistema nervioso, que se altera con la experiencia. Las vastas y complejísimas redes neuronales que constituyen nuestro sistema nervioso tienen la característica de que se reconstituyen con la experiencia. En otras palabras todo aprendizaje humano se puede correlacionar con una alteración de nuestro sistema nervioso, de nuestro cuerpo. Es interesante observar que la deriva histórica de transformación, que nos permite continuar nuestra existencia al traer un mundo a la mano en un dado dominio, simultáneamente nos genera cegueras cognitivas. Cada deriva histórica implica una tradición particular de distinciones y la ausencia de otras. Esto hace particularmente poderosa como experiencia de aprendizaje, la interacción con personas con tradiciones de distinciones distintas ya que nos pueden iluminar nuevos mundos.

Cada observador trae un mundo distinto a la mano, vive en una “realidad” distinta. Esta multiplicidad de experiencias en la praxis del vivir es lo que Maturana llama el multiverso. Esta interacción entre seres humanos se da, básicamente, a través del lenguaje y es en el lenguaje que podemos conferir sentido a nuestras experiencias y abrir nuevas posibilidades de acción.

Es importante notar que, de acuerdo con lo anterior, aprender está ligado, en primer término, con la apertura a nuevas formas de observar (nuevas distinciones) que rompen nuestra ceguera y, en segundo término, con el cultivo de saberes reflejos o pragmáticos que se expresan en habilidades para la acción. El conocimiento es capacidad de acción efectiva y consecuentemente el aprendizaje implica la adquisición de nuevas capacidades para la acción efectiva a partir del cultivo de una práctica.

En la práctica del coaching esta noción adquiere una dimensión fundamental: podemos cambiar nuestra capacidad de acción efectiva a partir de develar nuevas posibilidades a partir de nuevas distinciones y podemos traducir esas posibilidades de acciones efectivas a desarrollar las competencias pragmáticas involucradas en dichas acciones.

La biología del conocer nos permite descubrir que vivimos en emociones que definen nuestros dominios de acción

Las emociones son, desde un punto de vista biológico, disposiciones corporales que determinan o especifican dominios de acciones. Tenemos una experiencia de esto cada vez que juzgamos que es mejor posponer una conversación para explorar nuevas posibilidades con una persona dada, porque evaluamos que está enojada: “No vayas a conversar con él ahora, está furioso. No te va a escuchar!”. Volveremos al tema de la emocionalidad cuando hablemos de nuestra apertura al mundo y de nuestra forma de fluir en la coordinación de acciones con otros seres humanos. 

La biología del conocer nos permite descubrir que vivimos en redes de conversaciones

Maturana describe cómo ocurre la comunicación entre los seres vivos y el rol del lenguaje con un ejemplo muy simple. Supongamos que tenemos una gata y todas las mañana maúlla y corre hacia la heladera. La seguimos, sacamos la leche la ponemos en un plato y se la damos. Esto es lo que el autor llama coordinación conductual consensual. Cuando la gata maúlle a cierta hora de la mañana le daremos la leche. Existe una coordinación entre nuestros comportamientos, existe comunicación. Supongamos ahora que una mañana decidimos no seguir a la gata y no darle su plato de leche. Si el gato pudiera decir algo como: “Eh, que pasa! He maullado tres veces! Dónde está mi leche?”, eso sería lenguaje, eso sería coordinación de la coordinación conductual consensual. Los seres vivos sostienen la vida (autopoiesis) en su acoplamiento estructural con el medio y esto incluye a otros seres vivos. Los humanos no solo coordinamos nuestro comportamiento con otros, también coordinamos la manera de coordinarnos. Nos preguntamos acerca de las mejores formas de hacer lo que estamos haciendo, cómo hacerlo diferente la próxima vez, etc., etc. En estas coordinaciones nos acoplamos con otros seres humanos comunicándonos a través del lenguaje construyendo un dominio consensual.

A esto se refiere Maturana cuando nos dice que el lenguaje como fenómeno biológico consiste en un fluir de interacciones recurrentes que constituyen un sistema de coordinaciones conductuales consensuales de coordinaciones conductuales consensuales. A este operar en el lenguaje lo llama lenguajear. Con este neologismo quiere hacer referencia al estar en el lenguaje sin asociarlo estrictamente al acto de hablar sino al participar de dichos dominios consensuales. Según el mencionado autor, lo humano surge en la historia evolutiva de la vida, al surgir el lenguaje como dominio de coordinaciones conductuales consensuales. Lo que se sabe de los habitantes de Africa de hace tres y medio millones de años indica que tenían un modo de vida centrado en la recolección y el compartir de los alimentos, en la colaboración de los machos y hembras en la crianza de los niños, en una convivencia recurrente en intimidad en el ámbito de grupos pequeños formados por unos pocos adultos, más jóvenes y niños. Este modo de vida, según Maturana, ofrece todo lo que se requiere para el origen del lenguaje: la convivencia en la aceptación mutua. Esto no implica que una vez establecido el lenguaje pueda surgir la negación del otro en ese dominio consensual.

Como dicen los autores mencionados:

“Nos realizamos en un mutuo acoplamiento lingüístico, no porque el lenguaje nos permita decir quienes somos, sino porque somos en el lenguaje, en un continuo ser en los mundos lingüísticos y semánticos que traemos a la mano con otros. Nos encontramos a nosotros mismos en este acoplamiento, no como el origen de una referencia ni en referencia a un origen, sino como un modo de continua transformación en el devenir del mundo lingüístico que construimos con los otros seres humanos”.

El mismo autor nos dice que es el entrelazamiento del lenguajear con la emocionalidad lo que constituye la conversación entre los seres humanos. Nuestras conversaciones nos permiten acoplarnos estructuralmente a nuestro medio, lo que incluye a otros seres humanos. Todo quehacer humano, entonces, se da en conversaciones y distintos dominios de quehaceres humanos se van a distinguir tanto por distintas acciones como por distintas formas de lenguajear y emocionar dominantes. Si asumimos esto podemos concluir que cualquier cambio en un dominio de quehaceres humanos implicará un cambio en las conversaciones que lo constituyen, lo que implica un cambio en el lenguajear y en el emocionar.

Así mismo, una cultura puede ser entendida como una red cerrada de conversaciones donde el cambio cultural ocurre como un cambio de conversaciones que surge, se sustenta y mantiene en un cambio en el emocionar de los miembros de dicha comunidad.

La biología del conocer nos permite descubrir que vivimos en dominios explicativos

Dentro de los dominios consensuales que generamos en conversaciones surge lo racional. Podemos entender lo racional, en términos de la biología del conocer, como el operar dentro del dominio del lenguajear mediante ciertas coherencias operacionales que respeten la lógica del razonar. Las explicaciones son siempre reformulaciones de nuestras experiencias, reformulaciones de nuestra praxis del vivir. Aunque, en nuestra vida cotidiana solemos colapsar estos dos dominios (experiencias y explicaciones).

Estas últimas pueden ser aceptadas o no por un observador de la experiencia a explicar y es la aceptación del que escucha la que valida la explicación propuesta. En nuestra cultura occidental son muy valoradas las explicaciones científicas, que son validadas por una comunidad que comparte cierto cuerpo de distinciones y procedimientos de validación.

En nuestra civilización, dicha tradición explicativa se expresa en nuestra valoración de las ciencias exactas y naturales y las tecnologías asociadas (ingeniería, matemáticas, lógica, física, etc.). En el ámbito de la actividad empresarial podemos encontrar como correlato de esta tradición, dominios como la metodología cuantitativa para la toma de decisión, la dirección de operaciones, la gestión de la calidad, el análisis estratégico mediante la teoría de juegos, etcetera; que son considerados los más “científicos”.

Es interesante observar que las coherencias operacionales de distintas explicaciones de una experiencia pueden ser validadas desde la lógica. Pero las premisas fundantes de cada dominio explicativo sólo se validan desde la emoción. Por lo tanto, todo sistema racional se funda en un sustrato emocional. Lo humano, entonces, se constituye en el entrelazamiento entre lo emocional y lo racional. Lo racional se constituye en las coherencias operacionales de las argumentaciones que construimos en el lenguaje. Lo emocional define, por ende, nuestro dominio de acción (el mundo que podemos traer a la mano).

Maturana en su libro “La objetividad: un argumento para obligar”, presenta los que considera dos caminos explicativos diferentes. A uno de ellos lo denomina Objetividad. En este camino se considera la existencia del mundo con independencia de lo que el observador hace. O sea que existirá una única realidad independiente del observador: El Universo. El otro camino explicativo expuesto por el autor es la (objetividad).

En este camino explicativo lo que hacemos es reformular la praxis de nuestro vivir, reformular el mundo que nosotros como observadores traemos a la mano en nuestro vivir. Esto implica que la realidad es dependiente del observador, en tanto distintos observadores traen distintos mundos a la mano en su vivir: el multiverso. Finalmente, la elección de operar en uno u otro camino explicativo se fundamenta por la preferencia (emoción de aceptación) de las premisas de uno u otro dominio.

A la luz de las teorías de Maturana y Varela se puede entender de manera nueva la práctica de la construcción de explicaciones científicas sin la necesidad de suponer un mundo externo independiente del observador. Lo que hace científica a una explicación es su criterio de validación. Veamos entonces cómo podemos describir el criterio de validación de las explicaciones científicas.

En ellas podemos distinguir cuatro condiciones:

  1. Descripción de los fenómenos a explicar cómo una característica de la praxis del vivir del observador.
  2. Proposición de un mecanismo, que en su operar genere el fenómeno a explicar (hipótesis explicativa).
  3. La deducción desde el mecanismo propuesto en b) de otros fenómenos no tenidos en cuenta en su proposición, así como de las condiciones de observación en la comunidad de observadores.
  4. La experimentación por parte del observador de aquellos fenómenos adicionales deducidos en c).

Es interesante señalar aquí que, desde esta mirada, no es la medición, la cuantificación, ni la predicción lo que hace científica a una explicación, sino la aplicación de dicho criterio de validación. Por lo tanto, podemos decir que hacemos ciencia toda vez que aplicamos dicho criterio de validación al explicar nuestra praxis del vivir. El poder de las explicaciones científicas no está tanto en su veracidad como en su carácter generativo.

Podemos distinguir entonces dos dominios. Por un lado, el de los saberes reflexivos entendidos como dominios lingüísticos de explicaciones que consideramos validadas desde nuestra preferencia en cuanto a criterios de validación. Por otro lado podemos distinguir los saberes pragmáticos ligados a las capacidades de acción efectiva, o sea a la praxis del vivir como experiencia primaria.

Finalmente, en la práctica del coaching se vuelven centrales algunos de estos aspectos: vivimos en un mundo que "vemos" con nuestros sentidos pero también con nuestras distinciones. Nos acoplamos con nuestro medio en el entrelazamiento del lenguajear y el emocionar, en el que surgen diversas explicaciones con las que resignificamos la praxis de nuestro vivir. Así en una conversación de coaching pueden surgir nuevas posibilidades para el coachee, al develarse nuevos mundos a partir de nuevas distinciones y nuevos caminos explicativos que alterarán su estructura como ser humano, al alterarse como observador. Las nuevas posibilidades develadas podrán transformarse en nuevas acciones efectivas en un proceso de desarrollo de nuevas habilidades generadas a partir de la recurrencia de la praxis.

Al cambiar nuestro observar, cambia nuestro emocionar y nuestras acciones a la mano.

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